El mejor trabajo del mundo: Salvando delfines en Guatemala
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Turbo y Ariel, una pareja de delfines jóvenes, fueron capturados en el 2002 en Guatemala para ser entrenados y vendidos a la industria de delfinarios en Norteamérica.
El Ministerio de Ambiente guatemalteco determinó que su captura fue ilegal, y los decomisó. Sin embargo, la salud tan frágil de Ariel y Turbo hizo necesario que buscaran ayuda profesional internacional para poder rehabilitarlos y liberarlos.
Nuestro equipo de Rescate de Animales en Desastres se hizo cargo de la situación de forma inmediata. Y así, en una sucia piscina en Antigua –una ciudad a una altura sumamente perjudicial para estos cetáceos– inició el camino hacia la libertad para Ariel y Turbo.
Luego de muchos esfuerzos de nuestros expertos por mejorar su estado de salud, comenzó el proceso de traslado y liberación. En una fría madrugada, rodeados de decenas de cámaras y reporteros, y custodiados por el Ejército guatemalteco, preparamos a los animales. Primero los envolvimos en lanolina, y luego en una tela suave de lino: así los protegeríamos de quemaduras por el contacto con hielo, que colocamos en capas dentro de las cajas para evitar que los delfines sufran de sobrecalentamiento por estrés. De lo contrario, seguramente nos veríamos frente a una rápida muerte de los delfines durante el transporte.
Cada una de las grandes cajas, recubiertas con hule espuma en su interior, terminó pesando mucho más de una tonelada.
El convoy, acompañado de camiones, se abrió paso hasta el aeropuerto de la capital, en donde un avión militar especial para carga pesada tomó las cajas y las llevó hasta una base militar cercana a la cosa, y al lugar escogido para su rehabilitación.
Cada minuto contaba. 25 soldados trasladaron a los delfines hasta un helicóptero HUEY, para moverlos hasta la zona en donde se aclimatarían al consumo de pescado vivo y a la interacción con otros delfines.
El aterrizaje fue de muchísimo cuidado por el tremendo peso del helicóptero. Consciente de lo delicada que era la carga, el capitán posó la aeronave con sumo cuidado, y se necesitaron muchos voluntarios para mover a mano las pesadísimas cajas.
Al verse libre y en el mar, Turbo quedó petrificado por un momento, y hubo que mantenerlo a flote hasta que volviera en sí. Luego huyó, golpeándome la pierna tan fuerte con su cola, que creí que en lugar de lágrimas de felicidad, ¡iba a llorar del dolor!
Ariel y Turbo salían a menudo de su encierro mientras seguían nuestro kayak, hasta que lograron incorporarse a una manada cercana de delfines. Y así se fueron para siempre, libres otra vez.
Para su bienestar, antes de liberarlos hicimos una pequeña marca indolora en su aleta dorsal; así les podríamos seguir la pista y nos aseguraríamos de que todo marchara bien.
¡Lo mejor vino cuando Guatemala prohibió la captura de delfines en sus mares territoriales!
Los delfinarios de todo el mundo mantienen cautivos a animales que suelen viajar decenas de kilómetros cada día, y que se comunican entre ellos a distancias mucho mayores. El ejemplo de Ariel y Turbo debe convencernos de no ayudar a mantener viva a tan cruel industria, si quieres saber más de como ser un turista responsable y evitar este tipo de atracciones lee más aquí